Los niños en medio del divorcio
Ahora, más que nunca, se oye hablar de las parejas que se separan. Y desafortunadamente la consecuencia es que la que termina separada es la familia entera. Lazos y vínculos afectivos que se rompen no sólo entre esposos sino también entre padres e hijos.
Muchos padres se olvidan -o tal vez nunca lo tomaron en cuenta- de que cuando deciden conformar una familia, además de su función como esposos también tienen una función como padres. Es esta última la que nunca debe acabarse, la que debe permanecer aunque ya no sea posible la relación de pareja.
Y es que una familia no tiene por qué acabarse ante el advenimiento de un divorcio o de una separación de los padres. Se sigue siendo familia en la medida en que los padres sigan cumpliendo con su función de padres, la cual se refiere a tres aspectos fundamentales: la afectividad, la inserción en la cultura y la transmisión de normas. Un hijo necesita que sus padres sigan brindándole amor, comprensión, compañía y que le transmitan conocimientos, tradiciones y costumbres. De igual forma necesita que los padres sigan siendo consecuentes con las normas que le imponían cuando estaban juntos. De esta manera un hijo llegará a entender la separación como algo doloroso, pero no se sentirá inseguro frente a su ser, sus actuaciones y su lugar en la familia y en el medio que le rodea.
Hay muchos casos en los que los hijos no vuelven a ver al padre que debe abandonar el hogar. Esto obedece a un mal manejo de las circunstancias que rodean el rompimiento conyugal: la rabia, el rencor y en muchos casos los deseos de venganza entre los progenitores hacen que los hijos sean usados como escudos. Es muy común la amenaza de que quien se va, generalmente el padre, pierde el derecho a ver a sus hijos, o se desacreditan el uno al otro frente a los hijos para que estos tomen partido, o se omiten ciertas responsabilidades de la crianza para molestar al otro progenitor. Estas actitudes sólo traen desconcierto, temor y agresividad en los niños.
Las consecuencias para los hijos varían según la edad: para los niños en edad preescolar la reacción puede ser la tristeza y la regresión en su desarrollo emocional e intelectual (orinarse en la cama o pedir ayuda en actividades que ya hacía solo). En los niños en edad escolar es común el sentirse culpables, creer que no fue suficientemente bueno con sus padres y que por eso ya no se entienden, también son los niños que más fácilmente toman partido por uno u otro padre pues creen que les deben lealtad. La agresividad, la rebeldía en el acatamiento de normas y el bajo rendimiento escolar son reacciones apenas comprensibles en esta edad. Los adolescentes son tal vez quienes más sufren y a quienes más atención hay que darles pues si la separación es demasiado traumática, las consecuencias para la vida adulta pueden ser muy grandes. La depresión y la soledad los puede llevar a actos delictivos, vagancia y drogadicción.
La forma como los padres manejen el divorcio será definitiva en el proceso de duelo que viven tanto los hijos como los mismos padres. Si los progenitores continúan como una unidad ante sus hijos -en su función de padres- y dialogan sincera y transparentemente con ellos acerca de las decisiones que han tomado para el presente y el futuro de la familia, tal vez los hijos logren superar más fácilmente las dificultades que conlleva la ruptura de sus padres; sin olvidar que la importancia de la familia extensa y el respeto entre los esposos crea relaciones futuras positivas en los hijos.